La historia hecha podio para Colombia en los Juegos Olímpicos comenzó exactamente hace cinco décadas. Una plata que hizo que a toda una nación la rebosara la emoción y el orgullo. Helmut Bellingrodt, un tirador barranquillero, con nombre y apariencia extranjera, fue el encargado de trazar la primera sonrisa tricolor en el evento multideportivo más importante a nivel mundial.
“Para muchos fue una sorpresa, pero dentro de la familia del tiro en el país se advertía algo, ya que al ser este un deporte de marca es fácil de predecir”, recordó con anhelo el primer medallista olímpico del país. “La competencia se realizaba en tres días, en el primero terminé de tercero, al igual que en el segundo. El último, se dividió en dos series, pero no sabía cómo iba, porque una de las instrucciones que me hacía mi entrenador, que era mi papá, era no tener en cuenta a ninguno de los otros competidores”, añadió.
Todo era una incógnita, aunque Bellingrodt siempre estuvo concentrado. “Lo único que sabía era que iba bien porque tenía buenos puntajes y, constantemente, me repetía: si sigo manteniendo este marcador puedo terminar entre los tres primeros. Cuando hice el último disparo escuché un grito del periodista Édgar Perea: “¡Viva Colombia, tenemos medalla!”, resaltó quien hace parte del programa Glorias del Deporte de Mindeporte.
El júbilo fue enorme y se extendió por toda Colombia. El amarillo, azul y rojo adornó el podio, el país fue fiesta y alegría con la medalla de plata de Bellingrodt. El premio a una vida de dedicación, entrega y entrenamiento, que arrancó en la casa de sus padres, la de la esquina de la calle 53 con carrera 50, en Barranquilla: café, de un piso, con una terraza amplia y un patio en el que se cultivaban árboles de mango, níspero, guanábana, plátano, guayaba y anón.
De Ernesto Antonio Bellingrodt y Anneliese Ángela Wolff, sus progenitores, heredó la pasión por el deporte. Era familia de tiradores, razón por la cual el estruendo de los disparos siempre pasó desapercibido para los vecinos, porque desde el papá hasta los hijos: Hanspeter, Helmut, Horst y Helga, practicaron el tiro.
En ese patio grande, entre las lagartijas que recorrían las paredes, las hormigas que peregrinaban por la tierra y los pájaros que revoloteaban, Helmut aprendió la técnica del tiro. Lo hizo, inicialmente, apuntando a los tallos de los árboles, con un rifle de diábolos o de aire. Lo primero que tuvo que asimilar fue el respeto hacia las armas para no infringir ninguna norma de protección. Después sí empezó a conocer más a profundidad sobre esta actividad.
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En los primeros años de su vida también practicó deportes como baloncesto, voleibol y tenis de mesa. Lo hizo en el colegio Biffi, para divertirse con sus compañeros de salón. Sin embargo, su padre, siempre estricto, le prohibió de manera tajante hacer otras disciplinas. “Las únicas que puedes practicar para desarrollar tus habilidades en el tiro deportivo son el tenis de mesa y la natación”, le dijo de manera tajante.
Esas palabras se siguieron al pie de la letra, tanto así que se concentró, además del tiro, específicamente en el tenis de mesa, actividad que lo llevó a participar en torneos universitarios.
Desde pequeño le costó adaptarse a la rigurosidad de su padre. Eran dos formas de ser que chocaban, pero el uno siempre fue el complemento del otro. Gracias a ese hermetismo de Ernesto Antonio, Helmut aprendió a ser una persona dedicada a su labor, sin importar cuál fuese, a entregarse por completo y aprender que, en algunas oportunidades, se tiene que ceder para lograr grandes objetivos.
Compitió en su primer campeonato nacional cuando tenía 10 años, en 1959, en un evento que se llevó a cabo en un polígono de la Policía Nacional, en Barranquilla, en el que su categoría (infantil) no tenía participantes, así que fue unida a la juvenil. Por lo que tuvo que enfrentarse a jóvenes mayores que él, con mayor experiencia. Finalizó en el último puesto, con una leve amargura, con muchas lecciones aprendidas y con un premio de consolación (500 cartuchos) que terminó siendo el punto de partida para superarse como tirador.
“Concéntrate en lo que estás haciendo”, fue el consejo de su padre tras esa participación. El primer paso para entender la importancia de la parte mental dentro del deporte. Ese fue un punto que trabajó constantemente. La disciplina fue fundamental y nada lo detenía en aquellos días que parecían eternos: arrancaban a las 5:00 a.m. y terminaban a las 10:00 p.m. Se dividían entre sus clases de arquitectura y entrenamientos.
Así fue creciendo en todos los aspectos y empezó a labrar un camino en el tiro deportivo, que lo llevó a tocar el cielo con las manos, con logros en Juegos Olímpicos, Juegos Panamericanos y Mundiales. “Solo me quedó la espina de no haber logrado la medalla de oro en los Juegos Olímpicos”, confesó. Igual, la dedicación y entrega le permitieron hacer historia a este tirador. Gloria eterna.
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Con información de mindeporte.gov.co